DIOS MÍO, DIOS MÍO,
¿POR QUÉ ME HAS DESAMPARADO?
Texto. Mateo. 27:46
Cerca de la
hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo:
Elí, Elí,
¿lama sabactani? Esto es; Dios mío, Dios mío,
¿por qué me
has desamparado?
Lectura:
Mateo. 27:32 al 54 - Marcos. 15:21 al 41
Lucas. 23:26 al 49 -
Juan.19: 17 al 30
Las lecturas de estos pasajes del
Nuevo Testamento, nos detallan, todas las incidencias acaecidas en la
crucifixión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo.
Marcos, 15:25 nos relata que era la
hora tercera (nueve de la mañana) cuando le crucificaron; y los tres
evangelistas, Mateo, Marcos, y Lucas, nos detallan que desde la hora sexta,
(doce del medio día) hasta la hora novena-nona, (las tres de la tarde) hubo
tinieblas sobre toda la tierra.
Nuestro Señor Jesucristo fue consciente
de todo cuanto le ocurría; él sabía que el vaso de pasión debía apurarlo
porque era la
voluntad de su Padre Dios cumpliendo así con las profecías, en cuanto a la
redención de los hombres, y su función
redentora tuvo su culminación en la Cruz del calvario.
Hemos leído como él pide al Padre,
el perdón para sus verdugos; había abierto el cielo a un ladrón arrepentido,
había comprendido el dolor de su madre y procuro aliviarlo uniéndola, a aquel
que mejor que nadie podrá suplir su ausencia, Juan el discípulo del amor.
Tras
estas manifestaciones de afecto y sentimientos del corazón divino de Cristo,
sucedió una espantosa depresión
de su espíritu. Era
cerca de la hora novena, cuando llevaba seis horas clavado de pies y manos en
la cruz, escapándosele la vida en forma de hilos de sangre que empapan su
cuerpo y la misma tierra, en medio de una intensa tiniebla.
Ved a Jesús, el Cristo de Dios, mis
queridos amigos, en medio de esa tiniebla, desangrándose casi ya sin tensión en
sus nervios y músculos, porque el alma se le escapa lentamente de su cuerpo;
sus ojos vidriosos inyectados en sangre por la vehemencia de los dolores y
escarnios sufridos, y como reconcentrándose en la visión de su miseria, vuelve
sus ojos al cielo y exclama con voz desgarradora.
Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
Y es que, mis queridos lectores, la
visión de la muerte cercana, produce siempre en el espíritu del hombre, una impresión
de soledad y de espanto. Soledad, porque nada hay más solo que un hombre que va
a morir; ¡qué importa que este rodeado de sus deudos y amigos más queridos! Al
fin ha de pasar el solo el valle de la muerte. Espanto, porque la rotura del
hilo de la vida es lo más pavoroso para el hombre.
La rotura de ese lazo entrañable que une la
materia y el espíritu, el abandono forzoso de los bienes y de las afecciones de
la vida, la negra oquedad de la tumba que abre sus fauces al pie mismo del
lecho del moribundo, la soledad fría, la corrupción siempre repugnante que se
cebará en el cuerpo, hacen espantoso el trance de la muerte.
Nuestro Señor Jesucristo, no debía,
no quería dispensarse uno solo de los trabajos de la muerte. Es cierto que su
cuerpo no verá la corrupción, dentro de tres días resucitará glorioso, pero
esto no quita ni la acerbidad (crueldad-rigor) de los dolores, ni la tremenda
realidad de la muerte, por cuyo trance ha de pasar, Cristo, por todos nosotros.
(Para que por la gracia de Dios gustase
la muerte por todos- Hbr.2:9)
I.- EL DESAMPARO DE CRISTO
Eran cerca de las tres de la tarde, en plena penumbra, angustia y
agonía del alma, cuando Cristo exclamo:
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado?
Hay en esas palabras
de Cristo en la cruz, una clara referencia al versículo primero del Salmo 22,
escrito por el Rey y profeta David; en
este salmo el profeta cuenta la historia anticipada de los tormentos de Cristo en la cruz, él vio al
ungido de Dios a mil años de distancia colgado entre cielo y tierra abandonado de
Dios y de los hombres; y a la luz de la visión profética pudo penetrar en los
secretos del espíritu del divino crucificado, relatándonos las notas más
salientes de lo que fue su conflicto allí, hasta componer el Salmo en cuestión
que más parece escrito con la misma sangre del Redentor al pie mismo de la
cruz.
Esta exclamación profunda y
espantosa que apenas podemos comprender, debería conmovernos y estremecernos,
al considerar la previsión y provisión; que ya en lo antiguo fue profetizado
Cristo como nuestra sustitución por el pecado; según el decir del profeta
Isaías: Dios cargó en él el pecado de
todos nosotros.(Isaías 53:4/6)
Cristo se siente desamparado, porque el Padre
celestial ha puesto entre él y el alma de Jesús, la nube obscura de la justicia
divina ofendida por el pecado y las transgresiones de los hombres, cuya carga
lleva sobre sus hombros en expiación.
“Al que no conoció pecado, por nosotros lo
hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”.
(2ª.Cor.5:21)
Tal era la trascendencia de la
pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo, que fue necesario tal abandono: El
debía apurar solo hasta la hez, el vaso de su pasión que por amor a nosotros
estaba consumando, esto es; “efectuando
la purificación de nuestros pecados y gustando la muerte por todos” (Hbr.1:3 y
2:9)
Sí, mi querido y paciente amigo; cuando nació Jesús en
Belén, la noche se iluminó, ahora en la consumación de su obra redentora, el
día se convierte en noche; y es que por decirlo así: Dios asocia las tinieblas
prolongadas, al pensamiento de aquel pueblo deicida y al hombre de hoy, que le
rechazó y rechaza a causa de su pecado. “Si
fuerais ciegos, no tendríais pecado; mas ahora, porque decís: Vemos, vuestro
pecado permanece” (Jn.9:41) Y en esa angustia, querido lector, no veas en
él desesperación alguna, sino la lucha del espíritu de Cristo, que se debate
entre dos fundamentales sentimientos; el del deber que como, ·el cordero
de Dios” le impele ir hasta la
muerte afrentosa en Cruz, y el de la esperanza que le permite ver en el
horizonte del tiempo venidero, la gloria de los redimidos por su
sangre.(Isaías.53:10/12)
II.-
DESAMPARADO POR SER NUESTRO SUSTITUTO
La palabra de Cristo en la cruz no
fue una queja, ni una duda, él sabía que como buen pastor ponía su vida por sus
ovejas y que tenía poder para ponerla y volverla a tomar; (Jn.10:15/18) aclarándonos que esto lo recibió de su Padre
como mandamiento.
Por consiguiente él sabía que su
vida ofrecida en el altar de la cruz seria pasajera, porque sufriría como
inocente-sustituto y no como culpado: Y fue en esas circunstancias, - como
sustituto – que pronuncia esta palabra, por el horrible terror que le produce
tal situación y para que los hombres nos enteremos de una vez de su verdadero
ministerio y sintamos junto con un mayor amor al Salvador, un mayor
aborrecimiento al pecado, que causó y que hizo inevitable tal separación y
abandono.
Así vemos morir a Cristo en el más espantoso
de los abandonos, entregado a la furia de ese torbellino de pasiones que contra
él se habían desatado. “Le injuriaban,
meneando la cabeza y diciendo: Tú que derribas el templo, y en tres días lo
reedificas, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz. Le
escarnecían diciendo: A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar” Aquí el espíritu de Cristo en la profecía del
salmo 22, dice: “En ti esperaron nuestros
padres; esperaron, y tú los libraste. Clamaron a ti, y no fueron avergonzados.
A ellos les libraste pero a mí no, porque ha venido a ser moralmente “gusano y no hombre, soy el oprobio de los
hombres y el despreciado del pueblo.”
Cristo en medio de esa espantosa
manifestación de furia, pasión y odio, exclama: “No te alejes de mí, porque la angustia esta cerca, no hay quién ayude.
Me han rodeado, como fuertes toros, abriendo sobre mí su boca. He sido
derramado como agua, y todos mis huesos se han descoyuntaron; mi corazón como
cera derritiéndose en mis entrañas. Como tiesto se secó mi vigor, y mi lengua
se pegó a mi paladar….Ellos me observan cómo me han horadado mis manos y mis
pies, puedo contar todos mis huesos. Repartieron entre sí mis vestiduras, y
sobre mi ropa echaron suertes.”
No hubo salvación para nuestro
bendito Jesús, porque era el sustituto universal de los pecadores, el mío y el
tuyo apreciado amigo. El justo morirá, por nosotros las injustos para llevarnos
a Dios. “El nos redimió de la maldición
de la ley, hecho por nosotros maldición, (porque escrito está: Maldito todo
aquel que es colgado en un madero) (Gal.3:13)
Dios el Padre, no detendrá su brazo
de justicia como lo detuviera en su día el de Abraham cuando se proponía, por
obediencia a Dios, sacrificar a su hijo. Cristo Jesús es la expiación de
nuestro pecado, él ha de gustar la muerte por todos y vencerla; y cuando
entregue su espíritu al Padre y la tierra tiemble y el viento huracanado barra
la loma del Calvario y azote las carnes lívidas del cuerpo de Cristo; parecerá
que resuene poderosa como salido del pecho del crucificado la palabra de la
desolación y del abandono.
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado?
Mis
queridos amigos, hay horas tremendas en la vida del hombre, que no son las
horas del trabajo, ni de la miseria, ni de la enfermedad, ni siquiera de las
luchas enconadas de la vida: Son esas horas de abandono en que parece que todo
el mundo se ha olvidado de nosotros, o lo peor, que todo el mundo se ha vuelto
contra nosotros.
Pero
mí querido lector, hay otro abandono más grave en la vida de los hombres y en
el que tal vez no nos hayamos fijado: Es el abandono de Dios por parte nuestra,
es la salida de la atmosfera de Dios fuera de la cual no hay sosiego ni
consuelo por qué: Todos nosotros nos
descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino” (Isa.53:6) Y cuando llega la hora de la muerte se revela
la desolación tremenda del espíritu que ha podido vivir sin Dios, pero que no
es capaz de morir tranquilo sin Dios; pensemos mis amigos, por un instante, si
en esa hora tan tremenda de angustia y soledad, Dios nos dijera:
Hijo
mío, Hijo mío, ¿por qué me has abandonado, porque me has ignorado? Gracias a nuestro bendito Salvador Cristo
Jesús, el cual tomo mi lugar y el tuyo allí en la Cruz, que por su muerte
derribo lo que impedía el acercarnos a Dios, el pecado. “Cristo fue ofrecido una
vez para agotar los pecados de muchos” (Hbr.9:28) El fue desamparado por haber sido .hecho
pecado por nosotros, para que Dios pudiera ampararnos a nosotros para siempre. ·El que no escatimó ni a su propio Hijo,
sino que lo entregó por todos nosotros, ¿Cómo no nos dará también con él todas
las cosas? V. Ibáñez
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