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lunes, 14 de marzo de 2016

DIOS MÍO, DIOS MÍO ¿POR QUÉ ME HAS DESAMPARADO?


                        DIOS MÍO, DIOS MÍO,
          ¿POR QUÉ ME HAS DESAMPARADO?
                           Texto. Mateo. 27:46
Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo:
Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es; Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has desamparado?
          Lectura: Mateo. 27:32 al 54  -  Marcos. 15:21 al 41
                            Lucas. 23:26 al 49  -  Juan.19: 17 al 30
 
            Las lecturas de estos pasajes del Nuevo Testamento, nos detallan, todas las incidencias acaecidas en la crucifixión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo.
            Marcos, 15:25 nos relata que era la hora tercera (nueve de la mañana) cuando le crucificaron; y los tres evangelistas, Mateo, Marcos, y Lucas, nos detallan que desde la hora sexta, (doce del medio día) hasta la hora novena-nona, (las tres de la tarde) hubo tinieblas sobre toda la tierra.
            Nuestro Señor Jesucristo fue consciente de todo cuanto le ocurría; él sabía que el vaso de pasión debía apurarlo
porque era la voluntad de su Padre Dios cumpliendo así con las profecías, en cuanto a la redención de los hombres,  y su función redentora tuvo su culminación en la Cruz del calvario.
            Hemos leído como él pide al Padre, el perdón para sus verdugos; había abierto el cielo a un ladrón arrepentido, había comprendido el dolor de su madre y procuro aliviarlo uniéndola, a aquel que mejor que nadie podrá suplir su ausencia, Juan el discípulo del amor.
            Tras estas manifestaciones de afecto y sentimientos del corazón divino de Cristo, sucedió una espantosa depresión   
de su espíritu. Era cerca de la hora novena, cuando llevaba seis horas clavado de pies y manos en la cruz, escapándosele la vida en forma de hilos de sangre que empapan su cuerpo y la misma tierra, en medio de una intensa tiniebla.
            Ved a Jesús, el Cristo de Dios, mis queridos amigos, en medio de esa tiniebla, desangrándose casi ya sin tensión en sus nervios y músculos, porque el alma se le escapa lentamente de su cuerpo; sus ojos vidriosos inyectados en sangre por la vehemencia de los dolores y escarnios sufridos, y como reconcentrándose en la visión de su miseria, vuelve sus ojos al cielo y exclama con voz desgarradora.
            Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
            Y es que, mis queridos lectores, la visión de la muerte cercana, produce siempre en el espíritu del hombre, una impresión de soledad y de espanto. Soledad, porque nada hay más solo que un hombre que va a morir; ¡qué importa que este rodeado de sus deudos y amigos más queridos! Al fin ha de pasar el solo el valle de la muerte. Espanto, porque la rotura del hilo de la vida es lo más pavoroso para el hombre.
             La rotura de ese lazo entrañable que une la materia y el espíritu, el abandono forzoso de los bienes y de las afecciones de la vida, la negra oquedad de la tumba que abre sus fauces al pie mismo del lecho del moribundo, la soledad fría, la corrupción siempre repugnante que se cebará en el cuerpo, hacen espantoso el trance de la muerte.
            Nuestro Señor Jesucristo, no debía, no quería dispensarse uno solo de los trabajos de la muerte. Es cierto que su cuerpo no verá la corrupción, dentro de tres días resucitará glorioso, pero esto no quita ni la acerbidad (crueldad-rigor) de los dolores, ni la tremenda realidad de la muerte, por cuyo trance ha de pasar, Cristo, por todos nosotros. (Para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos- Hbr.2:9)
            I.-  EL DESAMPARO DE CRISTO
                Eran cerca de las tres de la tarde, en plena penumbra, angustia y agonía del alma, cuando Cristo exclamo:
            “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
Hay en esas palabras de Cristo en la cruz, una clara referencia al versículo primero del Salmo 22, escrito por el Rey y profeta   David; en este salmo el profeta cuenta la historia anticipada de  los tormentos de Cristo en la cruz, él vio al ungido de Dios a mil años de distancia colgado entre cielo y tierra abandonado de Dios y de los hombres; y a la luz de la visión profética pudo penetrar en los secretos del espíritu del divino crucificado, relatándonos las notas más salientes de lo que fue su conflicto allí, hasta componer el Salmo en cuestión que más parece escrito con la misma sangre del Redentor al pie mismo de la cruz.
            Esta exclamación profunda y espantosa que apenas podemos comprender, debería conmovernos y estremecernos, al considerar la previsión y provisión; que ya en lo antiguo fue profetizado Cristo como nuestra sustitución por el pecado; según el decir del profeta Isaías: Dios cargó en él el pecado de todos nosotros.(Isaías 53:4/6)
            Cristo se siente desamparado, porque el Padre celestial ha puesto entre él y el alma de Jesús, la nube obscura de la justicia divina ofendida por el pecado y las transgresiones de los hombres, cuya carga lleva sobre sus hombros en expiación.
Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”. (2ª.Cor.5:21)
            Tal era la trascendencia de la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo, que fue necesario tal abandono: El debía apurar solo hasta la hez, el vaso de su pasión que por amor a nosotros estaba consumando, esto es; “efectuando la purificación de nuestros pecados y gustando la muerte por todos” (Hbr.1:3 y 2:9)
            Sí, mi querido y paciente amigo; cuando nació Jesús en Belén, la noche se iluminó, ahora en la consumación de su obra redentora, el día se convierte en noche; y es que por decirlo así: Dios asocia las tinieblas prolongadas, al pensamiento de aquel pueblo deicida y al hombre de hoy, que le rechazó y rechaza a causa de su pecado. “Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; mas ahora, porque decís: Vemos, vuestro pecado permanece” (Jn.9:41) Y en esa angustia, querido lector, no veas en él desesperación alguna, sino la lucha del espíritu de Cristo, que se debate entre dos fundamentales sentimientos; el del deber que como,  ·el cordero de Dios”  le impele ir hasta la muerte afrentosa en Cruz, y el de la esperanza que le permite ver en el horizonte del tiempo venidero, la gloria de los redimidos por su sangre.(Isaías.53:10/12)
II.-  DESAMPARADO POR SER NUESTRO SUSTITUTO
            La palabra de Cristo en la cruz no fue una queja, ni una duda, él sabía que como buen pastor ponía su vida por sus ovejas y que tenía poder para ponerla y volverla a tomar; (Jn.10:15/18)  aclarándonos que esto lo recibió de su Padre como mandamiento.
            Por consiguiente él sabía que su vida ofrecida en el altar de la cruz seria pasajera, porque sufriría como inocente-sustituto y no como culpado: Y fue en esas circunstancias, - como sustituto – que pronuncia esta palabra, por el horrible terror que le produce tal situación y para que los hombres nos enteremos de una vez de su verdadero ministerio y sintamos junto con un mayor amor al Salvador, un mayor aborrecimiento al pecado, que causó y que hizo inevitable tal separación y abandono.
            Así vemos morir a Cristo en el más espantoso de los abandonos, entregado a la furia de ese torbellino de pasiones que contra él se habían desatado. “Le injuriaban, meneando la cabeza y diciendo: Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz. Le escarnecían diciendo: A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar”  Aquí el espíritu de Cristo en la profecía del salmo 22, dice: “En ti esperaron nuestros padres; esperaron, y tú los libraste. Clamaron a ti, y no fueron avergonzados. A ellos les libraste pero a mí no, porque ha venido a ser moralmente “gusano y no hombre, soy el oprobio de los hombres y el despreciado del pueblo.”
            Cristo en medio de esa espantosa manifestación de furia, pasión y odio, exclama: “No te alejes de mí, porque la angustia esta cerca, no hay quién ayude. Me han rodeado, como fuertes toros, abriendo sobre mí su boca. He sido derramado como agua, y todos mis huesos se han descoyuntaron; mi corazón como cera derritiéndose en mis entrañas. Como tiesto se secó mi vigor, y mi lengua se pegó a mi paladar….Ellos me observan cómo me han horadado mis manos y mis pies, puedo contar todos mis huesos. Repartieron entre sí mis vestiduras, y sobre mi ropa echaron suertes.”
            No hubo salvación para nuestro bendito Jesús, porque era el sustituto universal de los pecadores, el mío y el tuyo apreciado amigo. El justo morirá, por nosotros las injustos para llevarnos a Dios. “El nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición, (porque escrito está: Maldito todo aquel que es colgado en un madero) (Gal.3:13)
            Dios el Padre, no detendrá su brazo de justicia como lo detuviera en su día el de Abraham cuando se proponía, por obediencia a Dios, sacrificar a su hijo. Cristo Jesús es la expiación de nuestro pecado, él ha de gustar la muerte por todos y vencerla; y cuando entregue su espíritu al Padre y la tierra tiemble y el viento huracanado barra la loma del Calvario y azote las carnes lívidas del cuerpo de Cristo; parecerá que resuene poderosa como salido del pecho del crucificado la palabra de la desolación y del abandono.
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
Mis queridos amigos, hay horas tremendas en la vida del hombre, que no son las horas del trabajo, ni de la miseria, ni de la enfermedad, ni siquiera de las luchas enconadas de la vida: Son esas horas de abandono en que parece que todo el mundo se ha olvidado de nosotros, o lo peor, que todo el mundo se ha vuelto contra nosotros.
Pero mí querido lector, hay otro abandono más grave en la vida de los hombres y en el que tal vez no nos hayamos fijado: Es el abandono de Dios por parte nuestra, es la salida de la atmosfera de Dios fuera de la cual no hay sosiego ni consuelo por qué: Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino” (Isa.53:6)  Y cuando llega la hora de la muerte se revela la desolación tremenda del espíritu que ha podido vivir sin Dios, pero que no es capaz de morir tranquilo sin Dios; pensemos mis amigos, por un instante, si en esa hora tan tremenda de angustia y soledad, Dios nos dijera:
Hijo mío, Hijo mío, ¿por qué me has abandonado, porque me has ignorado?  Gracias a nuestro bendito Salvador Cristo Jesús, el cual tomo mi lugar y el tuyo allí en la Cruz, que por su muerte derribo lo que impedía el acercarnos a Dios, el pecado. “Cristo fue ofrecido una vez para agotar los pecados de muchos” (Hbr.9:28)  El fue desamparado por haber sido .hecho pecado por nosotros, para que Dios pudiera ampararnos a nosotros para siempre. ·El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿Cómo no nos dará también con él todas las cosas?                                                                                                        V. Ibáñez
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