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domingo, 5 de abril de 2020

¡HE AQUÍ EL HOMBRE!

                                    ¡HE  AQUÍ  EL  HOMBRE!
                                        Lectura. Juan 19: 1 al 16
                                               Texto: Juan 19:5
Y salió Jesús, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: ¡He aquí el hombre!

            La lectura de los evangelios nos relata los hechos históricos de la vida, pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, de cuya transcendencia sale beneficiado todo aquel que en él cree.
            El evangelista Juan nos refiere los sucesos acaecidos en la noche que comenzaron en el huerto de Getsemaní y terminaron en el sepulcro abierto en una peña.
            Por lo que podemos apreciar en estos acontecimientos históricos, Juan nos narra episodios omitidos por los otros evangelistas, o si coinciden con ellos, los completa de alguna otra manera para nuestra mayor comprensión de todo lo sucedido.
            Los puntos más sobresalientes de la pasión y muerte de Cristo, según Juan son: La declaración del Señor y su presentación ante Caifás, (18:1/14) la triple negación de Pedro, (18:15/18 – 25/27) y el primer interrogatorio ante Pilato. (18:28/38)
            La lectura que me ha servido de texto para esta reflexión, es una de las más culminantes de la pasión de Cristo; el momento en que Pilato presenta a Cristo Jesús ante los principales sacerdotes y aguaciles como Ecce Homo -¡He aquí el Hombre! es de suma trascendencia, aun que nunca supo él, la importancia que sus palabras tenían para la humanidad y mucho más para los creyentes.
            Allí estaba Cristo, desollado por el terrible suplicio de la flagelación, su rostro hundido, en su cabeza a guisa de burla una corona entretejida con arbustos espinosos, su faz demudada por el dolor y por los cuajos de sangre que bajaban desde su frente y por los salivazos de la soldadesca, su cuerpo cubierto con una túnica de púrpura y entre sus manos,  una caña cual cetro; burlas, escarnios y bofetadas, y en tal condición, Pilato lo presenta a aquellos sacerdotes y aguaciles y les dice con admiración: ¡He aquí el hombre!
            Poco sabía Pilato que tenía ante sí; al “siervo de Dios”
 que vino a ser “varón de dolores” “de tal manera – dice Isaías – fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres, de tal forma que no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos más sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. (Isa.52:14 y 53:2/3)
            Pilato conmovido sin duda por su interrogatorio y por la majestad serena del reo, y por la afirmación que había hecho
Cristo, de un reino suyo que no era de este mundo, trata sin éxito de conmover a los principales del pueblo y les dice: “Mirad os lo traigo fuera, para que entendáis que ningún delito hallo en él.”
            Esta aparición emocionante de Cristo, llevando su manto de púrpura, su corona de espinas y la caña –cual cetro- entre sus manos; es la figura más profunda de su humillación y de sus sufrimientos que ha quedado grabada en los recuerdos más profundos de su iglesia, y la palabra pronunciada por el gobernador romano, ha tenido un significado santo y profundo para la salvación del hombre que Pilato no se imaginaba; como en el caso de Caifás que profetizó, sin saberlo, que convenía que un solo hombre muriese por el pueblo” (Jn.11:49/52)
                        ¡HE AQUÍ EL HOMBRE!
            Lo que Pilato inconsciente dijo y que tampoco pudieron comprender sus enemigos enfervorecidos de rabia, tratemos de meditarlo a 20 siglos de distancia.
            Y concretando mi pensamiento diré: ¡He aquí el hombre! esto es; el hombre tipo establecido por Dios, cuyos eventos históricos los hallamos en las Escrituras, porque Cristo es el cumplimiento de la restauración histórica del hombre caído; ved sino la gran catástrofe que nos introdujo Adán, por desobedecer a Dios su creador, rompiendo así los lazos que le unían  a él; desde entonces todo quedo trastornado, al pecar se arruino y hundió consigo a toda la humanidad: “Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores; así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.(Rom.5:19)
            Ahí esta Jesucristo, el hijo del hombre, como se llamaba el así mismo, es decir, el hombre por excelencia, verdadero tipo humano que responde al ideal del hombre perfectísimo que hay en la mente de Dios. El escritor sagrado nos dice en Hbr.1:1/6 que fue hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredo más excelente nombre que ellos” Luego hemos de admitir que Jesucristo está por encima de todo hombre, siendo así el tipo supremo de la humana perfección. Es más las Sagradas Escrituras, se complacen en revelarnos como por obra y gracia del espíritu Santo, Cristo ha venido a ser consanguíneo y hermano nuestro; “por lo cual no se avergüenza de llamarnos hermanos” (Hbr.2:11) es el Adán segundo por tanto espiritual, constituyéndose en Hombre-Dios, Emmanuel-Dios con nosotros; y en su encarnación toma forma de hombre anonadándose en forma de siervo, y en esta condición poder restaurar todo cuanto cayó y se arruino en la caída del primer Adán, el hombre terrenal que fue formado del barro de la tierra (1ª.Cort.15:45/47) Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1ª.Cort.15:22)
            ¡He aquí el hombre! Que de las alturas inconmensurables de su grandeza, se ha hundido voluntariamente en la cima de la más profunda miseria, Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos. (2ª.Cort.8:9)
            Mis queridos lectores, todos y cada uno de vosotros, meditad en Cristo Jesús como nuestro pariente consanguíneo, como nuestro hermano redentor que toma forma de hombre y participa de lo nuestro, para que nosotros podamos participar de lo suyo, esto es la vida eterna.
            ¡He aquí el hombre! El hombre como dijera la Samaritana que me ha dicho todo cuanto he hecho” –“este es el hombre que saco de mí una legión de demonios, diría el Gadareno” ¡Y que de la viuda de Naín! “este es el hombre que saco del féretro a mi hijo” El paralitico del estanque de Betesda, diría alborozado, “¡Ya tengo hombre que me restaure! “El ciego del estanque de siloé pudo decir a sus convecinos; el hombre que se llama Jesús untó los ojos con barro y recibí la vista”
            Y cuantos más podíamos estar contando nuestra propia experiencia de nuestro ir a él, de nuestro encuentro muy personal con él y cuan dichosos nos ha hecho perdonándonos nuestros pecados y darnos la vida eterna. “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo –dice el Señor- os haré descansar” (Mt.11:28)
            Bienaventurados todos los que podemos cantar el cántico nuevo diciendo: “Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación” (Apoc.5:9)
                                                                         V. Ibáñez