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miércoles, 9 de junio de 2021

LA PALABRA

 

                                        LA PALABRA

                                           (El verbo de Dios)
                    Breve reflexión sobre: Hebreos. 1:1/2
                            Lectura: Hebreos. 1:1al 4
                                Texto: Hebreos. 1:1/2

Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo;

 

Dentro de las formas de expresión, la palabra hablada, es una de las maneras por la cual podemos expresar el pensamiento que  transmitimos a los demás; no siendo el medio único de expresión como ya he dicho; sí es y ha sido en su origen, la más noble manifestación representativa y universal del pensamiento por encima de la escritura, de cuyo valor depende en mucho del verbo mental o interior de la persona.

Así pues, se puede decir que la palabra hablada es el instrumento más perfecto que dispone el hombre para manifestar su pensamiento y establecer una verdadera comunicación de espíritu; y si nos ceñimos a la locución de los hombres por la cual manifestamos nuestros pensamientos y emociones, también por la misma razón debemos considerar, que el autor de toda vida, inteligencia y palabra, no debe faltarle el medio por el cual comunicarse con el hombre, objeto de su creación.

Y no me refiero a esa forma imperativa de hablar con que Dios ordena a todos los elementos desordenados diciéndoles: Sea la luz” y dijo: “júntese las aguas que están debajo de los cielos en un lugar, y descúbrase lo seco. Y fue así (Gen.1:3-9 etc.) “Porque él  dijo: y fue hecho; mando, y existió” (Sal.33:9)  Es evidente que en este sentido la creación no es palabra de Dios, sino la consecuencia del poder de Dios que lo hace todo por su palabra. (Jn.1:1/3)

Dios para hablarnos a los hombres tiene su propio Verbo, por el cual nos manifiesta su inteligencia, pensamiento, afecto, disposición y amor, que es su Hijo: Y este Verbo de Dios según el evangelio, es la palabra de Dios que se hizo carne. “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre) lleno de gracia y de verdad” (Jn.1:14 y Hbr.1:1/2)

Esta manifestación de Dios en la persona de su unigénito hijo Jesucristo, responde plenamente a la necesidad del hombre sumiso en la ignorancia más supina, en cuanto al carácter de Dios y su disposición redentora; y como legado del Padre para esta misión, transmite y revela con fidelidad todo cuanto ha “oído de él”(Jn.8:26-28 y 15:15)  Este testimonio irrefutable, que por serlo así, es palabra de Dios, no hay forma de evadirlo;  porque nos dice Jesucristo: “Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre y el Padre en mí, de otra manera, creedme por las mismas obras” (Jn.14:10/11)

En consecuencia, la palabra de Jesucristo es Palabra de Dios y como resultado de ese magisterio, sus discípulos proclamaron y consignaron en los escritos y relatos del Nuevo Testamento, todo cuanto vieron y oyeron por inspiración del Santo Espíritu. (El espíritu de verdad, él os guiará a toda verdad. (Jn.16:13) difundiendo esa palabra divina sin reserva alguna y con toda la plenitud con que ellos la recibieron; cumpliendo así con fidelidad absoluta y viveza oral, no usual en hombres toscos y pescadores de galilea, la función por la cual fueron comisionados.

Desde el principio de este ministerio, los apóstoles comenzaron a enfatizar en la palabra que habían oído; y fueron ministros de la palabra, (Luc.1:2) cualificándola como Palabra de Dios” “la Palabra de la Cruz” “Palabra de la reconciliación” “Palabra de vida” “Palabra de fe El conjunto de estas cualificaciones, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, la palabra anunciada tenía todas las connotaciones de palabra divina, Palabra de Dios.

Luego tenemos que la consecuencia es obvia, si el predicador es hombre de Dios. (1ª.Tim.6:11 – 2ª.Tim.3:17)  debe usar bien esta palabra de verdad, presentándose como obrero aprobado (2ª.Tim.2:15) que no tenga de que avergonzarse: Es deber primordial de todo aquel que proclama, fuera y desde nuestras tarimas, el saturarse de esa Palabra y no admitir en su pensamiento, corazón y labios, otra palabra y gloria, que no sea la cruz de Cristo y su Resurrección. Por desgracia y lamento haber oído, que no todos los predicadores conservan limpia y sin mezcla de otros elementos esta Palabra, de tal forma me temo – la hagan infecunda.

Previene el apóstol de estos peligros a su hijo espiritual Timoteo; encareciéndole delante de Dios y del Señor Jesucristo…. Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se volverán a las fábulas.” (2ª.Tim.4:1/4)

Debemos ser conscientes de este peligro y si lo hay, responsabilicémonos más del legado que se nos ha sido confiado en lo que llamamos la gran comisión, (Mt.28:18) y exigir como cuerpo de iglesia, ver a Jesús en todas nuestras predicaciones, y que su pasión, muerte en cruz, resurrección y ascensión a los cielos sea nuestro racional mensaje y palabra a un mundo que se pierde envaneciéndose en su razonamientos.

                                                           V. Ibáñez