LA PALABRA
Dios,
habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres
por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien
constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo;
Dentro
de las formas de expresión, la palabra hablada, es una de las maneras por la
cual podemos expresar el pensamiento que
transmitimos a los demás; no siendo el medio único de expresión como ya
he dicho; sí es y ha sido en su origen, la más noble manifestación
representativa y universal del pensamiento por encima de la escritura, de cuyo
valor depende en mucho del verbo mental o interior de la persona.
Así
pues, se puede decir que la palabra hablada es el instrumento más perfecto que
dispone el hombre para manifestar su pensamiento y establecer una verdadera
comunicación de espíritu; y si nos ceñimos a la locución de los hombres por la
cual manifestamos nuestros pensamientos y emociones, también por la misma razón
debemos considerar, que el autor de toda vida, inteligencia y palabra, no debe
faltarle el medio por el cual comunicarse con el hombre, objeto de su creación.
Y
no me refiero a esa forma imperativa de hablar con que Dios ordena a todos los
elementos desordenados diciéndoles: Sea la luz” y dijo: “júntese
las aguas que están debajo de los cielos en un lugar, y descúbrase lo seco. Y
fue así (Gen.1:3-9 etc.) “Porque él
dijo: y fue hecho; mando, y existió” (Sal.33:9) Es evidente que en este sentido la creación
no es palabra de Dios, sino la consecuencia del poder de Dios que lo hace todo
por su palabra. (Jn.1:1/3)
Dios
para hablarnos a los hombres tiene su propio Verbo, por el cual nos manifiesta
su inteligencia, pensamiento, afecto, disposición y amor, que es su Hijo: Y
este Verbo de Dios según el evangelio, es la palabra de Dios que se hizo carne. “Y
aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria
como del unigénito del Padre) lleno de gracia y de verdad” (Jn.1:14 y
Hbr.1:1/2)
Esta
manifestación de Dios en la persona de su unigénito hijo Jesucristo, responde
plenamente a la necesidad del hombre sumiso en la ignorancia más supina, en
cuanto al carácter de Dios y su disposición redentora; y como legado del Padre
para esta misión, transmite y revela con fidelidad todo cuanto ha “oído
de él”(Jn.8:26-28 y 15:15) Este testimonio irrefutable, que por
serlo así, es palabra de Dios, no hay forma de evadirlo; porque nos dice Jesucristo: “Las
palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre
que mora en mí, él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre y el Padre en
mí, de otra manera, creedme por las mismas obras” (Jn.14:10/11)
En
consecuencia, la palabra de Jesucristo es Palabra de Dios y como resultado de
ese magisterio, sus discípulos proclamaron y consignaron en los escritos y
relatos del Nuevo Testamento, todo cuanto vieron y oyeron por inspiración del
Santo Espíritu. (El espíritu de verdad, él os guiará a toda verdad. (Jn.16:13) difundiendo esa palabra divina sin
reserva alguna y con toda la plenitud con que ellos la recibieron; cumpliendo
así con fidelidad absoluta y viveza oral, no usual en hombres toscos y
pescadores de galilea, la función por la cual fueron comisionados.
Desde
el principio de este ministerio, los apóstoles comenzaron a enfatizar en la
palabra que habían oído; y fueron ministros de la palabra,
(Luc.1:2) cualificándola como “Palabra de Dios” “la Palabra de la Cruz”
“Palabra de la reconciliación” “Palabra de vida” “Palabra de fe” El
conjunto de estas cualificaciones, tanto en el Antiguo Testamento como en el
Nuevo Testamento, la palabra anunciada tenía todas las connotaciones de palabra
divina, Palabra de Dios.
Luego
tenemos que la consecuencia es obvia, si el predicador es hombre de Dios.
(1ª.Tim.6:11 – 2ª.Tim.3:17) debe usar
bien esta palabra de verdad, presentándose como obrero aprobado (2ª.Tim.2:15)
que no tenga de que avergonzarse: Es deber primordial de todo aquel que
proclama, fuera y desde nuestras tarimas, el saturarse de esa Palabra y no
admitir en su pensamiento, corazón y labios, otra palabra y gloria, que no sea
la cruz de Cristo y su Resurrección. Por desgracia y lamento haber oído, que no
todos los predicadores conservan limpia y sin mezcla de otros elementos esta
Palabra, de tal forma me temo – la hagan infecunda.
Previene
el apóstol de estos peligros a su hijo espiritual Timoteo; “encareciéndole delante de Dios y
del Señor Jesucristo…. Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de
tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque
vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de
oír, se volverán a las fábulas.” (2ª.Tim.4:1/4)
Debemos
ser conscientes de este peligro y si lo hay, responsabilicémonos más del legado
que se nos ha sido confiado en lo que llamamos la gran comisión, (Mt.28:18) y
exigir como cuerpo de iglesia, ver a Jesús en todas nuestras predicaciones, y
que su pasión, muerte en cruz, resurrección y ascensión a los cielos sea
nuestro racional mensaje y palabra a un mundo que se pierde envaneciéndose en
su razonamientos.
V. Ibáñez