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viernes, 12 de agosto de 2022

EL PÁBILO QUE HUMEA

 

                            EL PÁBILO QUE HUMEA

                                   (Breve reflexión) 

 

               Lectura. Mateo 12:15/21

                   Texto. Mateo 12:20

La caña cascada no quebrará, y el pábilo que humea no apagará, hasta que saque a victoria el juicio.

           

            El evangelista Mateo, nos está mostrando las características de Cristo, como el siervo escogido y amado que describe Isaías, en cap.42:1/4

Sus rasgos sobresalientes se dejan apreciar en la lectura de este capítulo en Mateo; en estos versículos descubrimos su humildad, mansedumbre, caridad, amor y condescendencia, que caracterizan su persona y obra.

            Pero me llama poderosamente la atención el versículo 20, en el que veo todas y cada una de sus cualidades hacia nosotros los gentiles; que no obstante anunciarnos sus juicios por la predicación de la verdad, nos hace salir “sacar” victoriosos y esperanzados en su nombre.

            Antes de llegar a este “saque” o “eche fuera” (Vers.20)  > por cierto no muy lejano <   tenemos de una forma muy ilustrativa, la condescendencia de nuestro Señor Jesucristo en su manifiesta actitud de no “apagar el pábilo que humea”

            Él, que se esforzó una y otra vez, (leer Mateo 5:14/14 - Luc.11:33/36) en enseñarnos nuestra responsabilidad ante este mundo, como hijos de la luz; muestra su misericordia en no apagar  >no la luz<  sino el pábilo, la mecha, de esa luz que tan solo humea;    no hace falta confesar lo que en realidad nos rodea en cuanto al testimonio que como luz deberíamos dar.

            Una nube gris nos rodea y nos impide ver como andamos y en donde andamos: “Mira pues, no suceda que la luz que en ti hay, sea tinieblas”, puesto que nos falta energía espiritual, -el aceite que impregna la mecha se nos está agotando;- “no apaguéis al Espíritu” (1ª.Tesl.5:19) por consiguiente, difícilmente  vivimos por el Espíritu, porque una cierta relajación y conformismo nos invade y no contendemos por la fe dada una vez a los santos; por cuanto se carece de convicciones reales y espirituales que nos son reveladas por las Escrituras, antes todo lo contrario, las cuestionamos con tal de justificar nuestro humear.

            Ante tanta frialdad y decadencia de testimonio fidedigno, cuya objetividad es manifiesta en la cristiandad actual; el Señor nos permite en su misericordia humear hasta que “saque” o eche fuera, (esto es lo que la iglesia espera, ser arrebatada –sacada fuera de este mundo y recibir al Señor en el aire,)  (1ª.Tes4:16/17)  y luego establezca juicio en la tierra.

            No debemos olvidar que esta porción en Mateo, corresponde a lo profetizado por Isaías en su capítulo 42 unos 680 años antes de la venida de nuestro Señor Jesucristo, como siervo de Jehová, y tanto su texto como su contexto, están relacionados con las bendiciones que reciben los gentiles como Israel en su futuro restablecimiento; cuando este siervo de Jehová manifieste su trono como Rey, en donde tanto judíos como gentiles seremos súbditos de su reino milenario.

            Es pues evidente que la expresión; “hasta que saque ó eche  fuera a victoria el juicio-en Isaías 42:3/4 “por medio de la verdad traerá justicia, hasta que establezca en la tierra justicia”-  encierran o incluyen dos ideas; la de ser manifestado, en este caso en las nubes, y la otra, la de ser plenamente establecido; esto es, la aparición personal con sus santos y establecimiento de su reino milenario en la tierra.

            Esta es la realidad de los eventos futuros no muy lejanos por cierto, ya que todo apunta, en circunstancias situaciones, acontecimientos, desastres naturales, y depravaciones generalizadas, que aquel día se acerca; aun la misma creación gime como nunca gimió, sus dolores como de parto que ya no lo son tan distanciados; aun nosotros pábilo que humeamos por la gracia de Dios, gemimos ó deberíamos gemir en medio de tanta decadencia y desorientación; por la redención de nuestro cuerpo. (Rom.8:21/23

                                                                        V. Ibáñez