LAS ESCRITURAS: ¡PALABRA DE DIOS!
Dios es el Verbo, la Palabra; por consiguiente, Dios
tiene su palabra y esa palabra tuvo que ser revelada como forma y manera de
expresar su pensamiento, sus deseos, sus propósitos y la esencia misma de su
persona, esto es, Amor.
Y fue ese inmenso amor que le
impulso a comunicarse con su criatura, y por medio de la palabra revelarnos su
persona y propósitos divinos; manifestándose unas veces en forma angelical,
otras hablando a los Padres (Patriarcas) y por medio de los profetas; vehículo
este que dio origen a su Palabra escrita –amén de haber él primero con su dedo
escrito el Decálogo del Sinaí – (Exd.31:18 – 32:16)
Así, esa revelación de Dios a su
criatura, si bien tuvo en su pricipio
una comunicación verbal, como de la misma escritura se desprende, puesto que,
hablo a Adán en el huerto del Edén y Abraham en Harán, a Moisés en el Horeb;
también otras veces ha escogido Dios a un hombre y le ha manifestado
interiormente y sin el sonido vocal su pensamiento, infundiéndole conceptos,
imágenes y juicios por vía extraordinaria y sobrenatural, revelándole aquello
que por su conducto ha querido manifestar a los hombres, es lo que conocemos
como locución llamada profética; referencias a esta forma de comunicación la
encontramos en las Escrituras, con frases como estas: “Habló Dios” “Así ha
dicho el Señor”
“fue palabra del
señor al profeta” etc.
Esta revelación fue recogida y
escrita para que pudiera ser un medio en el que lo revelado por Dios a sus
santos varones, pudiera ser trasmitido en el tiempo. a todas las generaciones
como palabra de Dios o revelación de Dios a todos los hombres; inspirada por el
Espíritu de Dios y útil para enseñar, redargüir, corregir, instruir en justicia
(verdad) (2ª. Tim.3:16) Su
Espíritu nos guía a toda verdad…
porque tomará de lo mío y os lo hará saber. (Jn.16:13/14)
Esta inspiración emerge a través de
esa Palabra revelada de una manera notable en su cualidad y distinción, porque
puede leerse bajo varios aspectos, pero ninguno de ellos se interpone con el
otro, ya que un rayo de luz divina traza la línea que les une, dejando fuera
cualquier clase o intento breve de sentencia doctrinal desconectada de su
genuina inspiración divina.
Ahora bien, lo importante para
nosotros es saber hasta qué punto las escrituras influyen en nosotros, bien en
cuanto a la justicia (verdad) para obedecerla y no ya para aplicarla en nuestra
particular interpretación. “Entendiendo primero esto, que ninguna
profecía de la Escritura es de interpretación privada” (2ª.Pdr.1:20)
No olvidemos que las Escrituras son
en sí, un libro de principios unidos entre sí por el Espiritu divino y no de
aforismos desconectados; tratar de apoyarse en un texto aislado, en costumbre y
prácticas locales de un país o provincia, puede darse que aprobemos cosas a las
cuales los principios de las Escrituras sean totalmente opuestos, y no puede
haber dirección divina en aquello que contradiga o sea opuesto a los principios
trazados por la revelación de Dios en las Escrituras.
Así pues, arrancar un texto de su
verdadero contexto y construir sobre él una doctrina, práctica o relación
social, revela o una gran ignorancia o una perversidad farisaica en donde
priven más los intereses que la armonía perfecta de toda la Santa Escritura, al
desencajar dicho texto del conjunto de principios de la sana doctrina bíblica.
La advertencia del que era la
palabra hecha carne
Nuestro Señor
Jesucristo; cuando los fariseos le preguntaron mal intencionadamente sobre el
repudio o divorcio fue: ¿No habéis leído que al principio, varón y
hembra los hizo…. mas al principio no fue así. (Mt.19:4-8) Dios nunca muda, los principios revelados por
él son inmutables. “No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella,
para que guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios yo os ordeno”
(Deut.4:2) “…no añadirás a ello, ni de ello quitarás.
(Deut.12:32)
Toda
palabra de Dios es limpia; El es escudo a los que en él esperan. No añadas a
sus palabras, para que no te reprenda, y seas hallado mentiroso. (Prov.30:5/6)
V. Ibáñez